En busca de calorías en las tierras altas de Nueva Zelanda
Una aventura de búsqueda de alimento en el desierto de Molesworth
Al embarcarme en un viaje a la remota estación de Molesworth, la granja más grande de Nueva Zelanda, me encontré inesperadamente enfrentado a un suministro de alimentos cada vez menor. Este error de cálculo me obligó a adoptar un viejo truco para maximizar la emoción del viaje: aventurarme en el interior sin suficiente sustento.
A medida que me adentraba en esta naturaleza salvaje indomable, una sensación de euforia me recorrió. Las preocupaciones del racionamiento se evaporaron, dejándome con un único objetivo absorbente: encontrar calorías. El mundo se transformó en un vasto campo de juego de búsqueda de alimento, donde cada arroyo y prado albergaba el potencial de sustento.
Pesca de truchas en el río Wairau
Mi primera parada fue el río Wairau, famoso por su abundante población de truchas. No pude resistirme a lanzar una línea y, para mi deleite, una robusta trucha de cuatro libras mordió el anzuelo. Con la cena asegurada, seguí adelante, mi hambre me carcomía pero mi espíritu se elevaba.
Más arriba, vi una trucha colosal acechando en una profunda poza azul. Su enorme tamaño y su naturaleza esquiva pusieron a prueba mi paciencia, pero me negué a rendirme. Finalmente, mis esfuerzos fueron recompensados con una captura de dos libras, un testimonio de la belleza virgen de la naturaleza salvaje de Nueva Zelanda.
A las puertas de la antigua granja Rainbow
Al acercarme a la antigua granja Rainbow, fui recibido por una amable joven que me dio la bienvenida a través de las puertas. No pude evitar pedir un par de huevos, y generosamente me dio cuatro, sus yemas tan doradas como el sol.
Al acercarse la noche, instalé mi campamento en el camping de Coldwater Creek. Mientras me quedaba dormido, mi estómago retumbaba de anticipación por las aventuras del día siguiente.
Aventurarse en el desierto cada vez más alto
El amanecer despuntó, proyectando un cálido resplandor sobre los imponentes picos que me rodeaban. Continué mi viaje, abriendo y cerrando las puertas de ganado a medida que las encontraba. Un cartel en una de las puertas describía la estación de Molesworth como «toda la belleza, el desamor y el desafío de la frontera de las tierras altas de Nueva Zelanda».
De hecho, el paisaje era impresionante en su desolación. Montañas de granito gris se cernían sobre mí, y el viento frío susurraba secretos a través de los valles. Sin embargo, en medio de esta dura belleza, no pude evitar sentir una sensación de euforia.
Un encuentro fortuito y una discusión filosófica
Mientras me dirigía a la cabaña de Fowlers Camp, el clima empeoró. La lluvia helada y los vientos aulladores me obligaron a entrar para buscar refugio. Allí, compartí la cabaña con un equipo de botánicos del gobierno que estaban realizando un estudio de plantas.
Tomando un sorbo de whisky, uno de los botánicos compartió sus pensamientos sobre el Protocolo de Kioto, cuestionando la efectividad de los créditos de carbono. «Es como pagar a otras naciones para que absorban carbono para que podamos seguir contaminando», dijo.
Las alegrías del hambre y el arte de buscar alimento
Mientras comía mi última rebanada de pan, no pude evitar reflexionar sobre la extraña euforia que me traía el hambre. Sin comida que racionar, el mundo se simplificó en una búsqueda singular: encontrar calorías.
En este estado de privación, me sentí atraído por la media manzana descartada que descubrí en el camino. Con mi navaja, tallé los trozos limpios restantes y saboreé el sabor del mejor corazón de manzana que jamás había comido.
Cada arroyo y prado se convirtió en una fuente potencial de sustento. Busqué bayas, raíces y cualquier otra cosa que pudiera proporcionarme alimento. El acto de buscar alimento se había convertido en una pasión absorbente, que me impulsaba a explorar la naturaleza salvaje con una intensidad renovada.
Un festín bien merecido
Finalmente, después de días de búsqueda incesante de alimento, vi un estanque prometedor en un pequeño río. Mientras montaba mi caña, una gran trucha salió a la superficie como si fuera una señal. Con un lanzamiento rápido, enganché el pez y conseguí una pieza de dos libras que serviría como mi cena.
Cociné la trucha en mi estufa de butano en la histórica granja de St. James. Fue una comida sencilla, pero sabía como el banquete más delicioso que jamás había comido. Con mi hambre satisfecha, seguí adelante, sintiéndome más ligero y más conectado con la tierra que nunca.
La liberación de quedarse sin comida
Al final, quedarse sin comida resultó ser una experiencia increíblemente liberadora. Eliminó todas las indulgencias y complejidades de la vida moderna, dejándome con un propósito claro y satisfactorio: encontrar sustento.
Esta aventura me enseñó la importancia del ingenio, las alegrías de la simplicidad y la profunda conexión entre la humanidad y la naturaleza. Al salir de la naturaleza salvaje de Molesworth, llevé conmigo una nueva apreciación por la fragilidad de nuestro suministro de alimentos y la belleza de vivir de la tierra.